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Voto a Dios que me encanta esta belleza
y que diera un doblón por describilla,
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta carne sublime, esta manteca?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que su jugo
perdura más de un siglo, ¡Oh gran Jabugo,
Ibérico triunfante en honor y nobleza!
Hasta el último ápice del muerto
en el caldo hoy ha dejado
su sabor a gloria eternamente.
Esto oyó mi nieto pequeño y dijo: “Es cierto
cuanto dices, mi querido abuelo,
Y el que dijera lo contrario, miente”
Y luego, suspirando incontinente,
sujetó el jamonero, requirió el cuchillo
miro de reojo, y lloró el muy pillo.