Supersticiones

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Sobre 1925, Gonzalo Avello escribió el siguiente artículo acerca de las supersticiones en la mesa, para que Unión Radio lo emitiera. Con la documentación de que disponemos no podemos confirmar la fecha exacta ni si fue finalmente emitido o utilizado en alguna de sus muchas conferencias, pero creemos que es, como poco, interesante.

Victor Hugo

La República Francesa tiene dos hijas predilectas, a las que cuida y mima amorosamente; esas hijas son la cocina y la mesa, hermanas que, perfectamente identificadas la una con la otra, constituyen el orgullo de dicha nación.

Entre los franceses, mientras unos esforzados paladines de la buena cocina buscan ardorosamente las causas que puedan perjudicarla, descubriendo adulteraciones, investigando científicamente lo que puede acoplarse y lo que debe desterrarse, otros, teniendo presente que la mesa es el ara donde se rinde culto a la cocina, y teniendo presente también que la mesa es un gran campo de experimentación donde debemos de acreditar nuestro buen gusto, considerando que en el placer de satisfacer la necesidad fisiológica de comer, la pulcritud y la elegancia son tan indispensables como indeseable es la indelicadeza, han emprendido una cruzada contra los trouble-fetes o aguafiestas, dividiéndolos en varias categorías y persiguiéndolos , más o menos encarnizadamente según la cuantía del efecto.

Estas categorías son las siguientes:

Sucios, aquellos que vierten los líquidos por el mantel y por los vecinos, los que se limpian los labios con pan y los ojos y las narices con la servilleta, los que cogen la comida con los dedos.

Ansiosos, los que con la boca abierta van al encuentro de la cuchara o el tenedor, los que comen a dos carrillos, los que levantan el plato de un lado para apurar el líquido.

Acaparadores, los que clavan los codos en vuestros vacíos, los que os tocan con los pies, los que se sirven primero y os dejan casi sin ración.

– Los difíciles, aquellos que les molestan los guisos, les fastidia el pescado, les desagrada la verdura.

– Los descontentos, para quienes las croquetas son siempre de sobras lamentables, todo es defectuoso, la mejor cocina es la de su casa (en el 99 por 100 de los casos, la cocina de su casa es la peor).

– Los malprope (cochinos), los graciosos que cuentan porquerías que suelen movernos al asco, hablan con la boca llena, hacen bolitas de pan… y etc, etc.

– Los miopes, sordos, afónicos, desgraciadamente lamentables compañeros de mesa;

Pero los más combatidos son los aprensivos y los supersticiosos.

Solamente los escépticos de la ignorancia, como dijo Schopenhauer , son aquellos que creen que la aprensión y la superstición no son cosas de tomarlas en serio y dignas de ser combatidas, como la barba corrida y los calzoncillos largos.

La aprensión como la superstición en la mesa, y fuera de ella, es algo estúpido, inútil, falto de sentido; el hombre dominado por cualquiera de estas dos lindezas está perdido porque al ser la secreción psíquica del jugo gástrico algo que se produce ante una alegría gastronómica, es indispensable, para que así ocurra, que en el momento de sentarnos a la mesa todo nos sea grato, agradable; y siendo una buena secreción lo esencial para una buena digestión, el amargarse la vida al sentarse a la mesa es prepararse una mala digestión y aspirar a ser un dispépsico.

La persona que permite que la aprensión elija su menú, está perdida… ¡No coma usted mariscos, que producen urticaria!… ¡Cuidado con las verduras, que producen acidosis!… ¿Patatas?… ¡Horror!, eso engorda terriblemente… ¡La leche produce bilis!… – Decididamente , bien combatidos estos desdichados, que se dejarán su dinerito en Mondariz, Vichy, Cabreiroá y en el químicamente puro del Sr. Torres Muñoz, cuya vida guarde Dios muchos años.

Los supersticiosos, los de los cuchillos cruzados, los del pan cortado, los del vino vertido, los de la sal esparcida por el mantel… ¡¡Los de los 13 a la mesa!!, ¡accidentes precursores de la ruina!, ¡de la traición!, ¡de la muerte!…

La superstición de la sal estaba generalizada desde los romanos, que la vertían a manos llenas sobre las tierras de sus enemigos para hacerlas estériles, considerando el salero caído y vertida la sal como anuncio de desgracia y traición sobre la persona o personas que estaban sentadas a la mesa; así Leonardo Da Vinci, en su célebre cuadro de “La Última Cena”, ha puesto un salero volcado ante Judas Iscariote.

Esto de la sal, los cuchillos cruzados y otras tonterías por el estilo, pueden pasar inadvertidos; pero lo de los trece a la mesa, eso es casi imposible, pues nunca falta un comensal que de la voz de alerta, asegurándonos, además, que un pariente suyo acordó defuncionarse a los pocos días de comer en compañía de doce amigos; claro que estos alarmistas jamás se consideran probables candidatos a la pedrada de la Parca; siempre aseguran: “Señores… ¡¡somos trece a la mesa!!; por lo tanto, debe marcharse uno de ustedes”.

Se cuenta que en cierta casa de la buena sociedad parisina, los invitados a una comida estaban todos reunidos; se había tomado el aperitivo y, habiendo asegurado la señora de la casa que la comida estaba servida, nadie tomaba la iniciativa de entrar en el comedor; todos se miraban unos a otros, pero nadie se movía.

Entre los invitados, todas gentes de calidad, figuraba Victor Hugo, que, como los demás, remoloneaba; de pronto, al parecer el más famélico y a quien la demora de sentarse a la mesa le contrariaba bastante, se acercó al glorioso autor de “Nuestra Señora de París”, y de un mal humor francamente exteriorizado, le dijo: – ¿Sabe usted por qué la gente espera sin determinarse a entrar en el comedor?… ¡Pues sin duda porque hay algún imbécil que le tiene miedo al número trece!…

A lo que Victor Hugo con aquella sonrisa, llena de bondad, que le caracterizaba, contestó: – Sí, señor, lo sabía. Efectivamente, aquí hay algún imbécil y ese imbécil, soy yo.

Gonzalo Avello